lunes, 28 de agosto de 2023

Morir de a poco

 

Él estuvo allí, donde la humanidad se había negado a florecer, donde el trabajo no brindaba un solo pedazo de pan y la dignidad consistía en mantenerse con vida. Debió hacer un gran esfuerzo para existir y lo hizo, por sí mismo y por su amada, a quien no sabía si volvería a ver, pero tenía la firme convicción de que no debía claudicar. Tal vez, al día siguiente saliera nuevamente el sol.

La esposa lo contempla con ternura, porque conoce ese proceso que tantas veces presenció desde que por fin habían abandonado el infierno de Auschwitz. Su Polonia natal, ahora tan distante, no sería su última morada, pero al menos estarían juntos. Se lleva una mano a la boca, los párpados abrigan dos perlas brillantes. Ella también retrocede en el tiempo y recoge fragmentos de su propio corazón.

Él suele tapar los oídos con las manos, como negándose a recordar, pero le resulta imposible no hacerlo. En los caprichosos circuitos de la mente se mezclan las trágicas imágenes pasadas con apacibles recuerdos de la vida familiar. Día a día resulta más difícil situarse en la temporalidad del presente. La pala se hunde en el suelo húmedo, la hija mayor abanderada en la escuela, las fosas cada vez más grandes, el hijo recibe el diploma, los cuerpos apilados como residuos, nace un nieto en primavera, el humo acre en el aire, el cálido sol del mediodía, la oscura noche de incertidumbre…

Cada vez que sucede, su cuerpo se sacude hacia atrás y hacia adelante en cortos espasmos, las tímidas lágrimas se esconden entre el sudor y se escurren sobre los profundos surcos de la piel. Un pedacito de vida se apaga.


Marcelo Tittaferrante.


Imagen tomada de la red.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario