Las múltiples cabezas de serpiente se
arremolinaban en torno de su rostro. Extrañaba la belleza que otrora le
brindara su cabellera.
¿Por qué Atenea se había ensañado así con ella?
¿Acaso no había sido Poseidón quien la violara? Tendría que haberlo castigado a
él, no a ella… Merecía que lo castraran, pensó.
Mientras meditaba el nombre de su descendencia
se acariciaba el vientre. Perseo se acercaba sigilosamente con su escudo
espejado, empuñando una espada. Al verse reflejada se miró a los ojos y quedó
petrificada.
El valiente semidios pasó horas tratando de
recuperar el filo de su espada.
Marcelo
Tittaferrante.
Imagen tomada de la red.
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