La unión nace con solo un roce.
En ese intercambio el
tiempo se estira, se ondula, repta, desaparece. Las puertas del erotismo se
abren, invitan a ingresar en el mágico juego de placer que brinda el tacto.
Las manos se aferran
entre sí. Los pulgares se aparean en un cortejo de suaves caricias. La tibieza
de las yemas abriga los nudillos. Las palmas se humedecen en el encuentro. En el
delicado contacto, manifiesto del amor que se profesan, se vislumbra el
éxtasis, el ansia de pasión y de locura.
El silencio compone
una canción, una danza muda se desliza con movimientos imperceptibles. La
piel se estremece en tímidos espasmos. La sangre recorre territorios ávidos de calidez
y atempera el hielo de la distancia.
La brisa se entromete
celosa entre los dedos amantes, desea ser acariciada, lleva los mensajes que el
mar turbulento le susurró al oído.
El suave apretón de
una, le avisa a la otra que puede confiar, que ahí está, que ahí estará para
sostenerla. La otra lo sabe, lo percibe, le contesta: yo también.
Marcelo Tittaferrante.
Precioso!!!
ResponderBorrar¡Gracias Norma!
BorrarMe alegro mucho de que te haya gustado.
Saludos.
Un apretón de manos es un intercambio de sensaciones muy singular, propiciatoria de sortilegios futuros
ResponderBorrarAsí es Felisa. Gracias por leer y comentar. Un abrazo.
BorrarPero qué belleza, Marcelo! Hermoso microrrelato
ResponderBorrarMuchas gracias, Cynthia, querida. Un gran halago, viniendo de una excelente escritora.
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