Ya verás, dijo y se fue
y nunca más pude verla
tan veloz fue su
partida
que no pude detenerla.
Las lágrimas insurgentes,
irrefrenables, tortuosas
dilataban la agonía
que se tornaba
monstruosa.
La mente distorsionada
en un intrépido anhelo
recorría laberintos
entre noches de
desvelo.
Yo, que le había
brindado
en mi mano, el corazón
tuve que aceptar el
hecho
con amarga desazón.
Mas no pude resistirme
ante tal encrucijada
a continuar mi
existencia
aun sin tener a mi
amada.
Ya verás, me dijo un
día
y nunca más pude verla
aunque la tuviere cerca
no podré reconocerla.
Ha pasado mucho tiempo
veo todo muy difuso
el recuerdo es
manantial
de sentimientos profusos.
Después de haberme
ofuscado
disipados los enojos
hoy recibí la encomienda
me devolvió los
anteojos.
Marcelo Tittaferrante.
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