Inmerso en las copias de las misteriosas inscripciones talladas sobre la piedra de Rosetta, Jean relee una y otra vez las cartas que le enviara su colega británico, el erudito Thomas Young.
Compara cada una de las traducciones recibidas con
las que él mismo había realizado, pero encuentra diferencias sustanciales en el
enfoque de las mismas.
Tiene a su lado una botella de cognac,
tres diccionarios de griego antiguo, e infinidad de apuntes en copto y demótico.
Cada signo desencadena en su mente
sucesiones de imágenes, palabras y situaciones que lo trasladan al antiguo
Egipto. Agobiado por la arena y el sol, protege sus ojos del viento y paso a
paso se acerca a la piedra, la ve en su totalidad como si experimentara una
epifanía. Entonces comprende: la clave está en el faltante que ahora conoce.
Así todo tiene sentido. Con una sonrisa sagaz,
Jean escribe o, mejor dicho, transcribe:
Decreto
del Rey de Egipto Ptolomeo V, hijo de los dioses Filopatores:
No
deje sus pertenencias sobre los camellos, la Municipalidad de Menfis no se
responsabiliza por la pérdida o robo de las mismas.
Marcelo Tittaferrante.
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